Agricultura ecológica de montaña, a 1.130 metros de altura
El proyecto Horta d’Alçada nació en el año 2013 cuando Oriol, después de quedarse en paro en Barcelona, tuvo que replantearse el futuro, una reflexión que le condujo a impulsar un proyecto de huerta y fruta de montaña biológica, en la zona de Montcalb. Hasta entonces trabajaba impartiendo clases de artes marciales pero en 2012, con la crisis, decidió optar por un cambio vital: trasladarse al Valle de Lord, en la comarca del Solsonès, a la casa que su familia tenía en Guixers desde hacía más de 40 años y empezar, sin experiencia alguna, a trabajar los campos, con el nombre Horta d’Alçada.
Explica que la casa era la que sus padres alquilaron en los años setenta. Se había ido arreglando y él ya iba allí desde muy pequeño, con la familia, los fines de semana y los veranos. Como en 2006 su hermano se fue allí a vivir, para hacer las prácticas de la escuela agraria, Oriol, al quedarse en el paro, se imaginó desarrollando allí un proyecto rural. Al instalarse, ya para vivir y desarrollar su propia iniciativa, no se imaginaba hasta qué punto iba a cambiar su vida: “no pensaba en ello. Me centré en pensar lo que necesitaba en cada momento para superar cada dificultad que iba surgiendo. Si piensas demasiado a largo plazo, la incertidumbre te acaba ahogando y entonces eres incapaz de superar los obstáculos más próximos”. Lo que sí que tenía claro era que quería sacar adelante Horta d’Alçada para tener su propio proyecto “y para estar activo haciendo un trabajo físico”.
Sin el bagaje, las herramientas ni los conocimientos ancestrales propios de las familias con un pasado en el mundo del campesinado, Oriol empezó a trabajar en el proyecto en 2013, con media hectárea. Compró maquinaria, niveló los terrenos, fertilizó la tierra… en un proceso lento y nada fácil que, con los años, ha dado —nunca mejor dicho— sus frutos. “Inicié el proyecto con 5.000 m2 yo solo, sin conocimientos agrícolas ni experiencia, ni la forma física adecuada para este tipo de trabajo y sin maquinaria, pero con la intención de querer producir productos frescos de calidad. Actualmente he duplicado el área que cultivo, con una hectárea, tengo maquinaria, conocimientos agrícolas y silvícolas, experiencia, el cuerpo acostumbrado al trabajo duro y cuento con una socia que se incorporará este año, para la elaboración de procesados y productos deshidratados.”
Oriol empezó a trabajar en el proyecto en 2013 con media hectárea. Compró maquinaria, niveló los terrenos, fertilizó la tierra… en un proceso lento y nada fácil que, con los años, ha dado sus frutos.
Una etapa llena de cambios
Hacemos balance de estos últimos años y de todo aquello que ha supuesto dar vida a Horta d’Alçada. Desde aquellos inicios, Oriol explica que ha habido muchos cambios en su vida. El primero que tuvo que hacer, en 2013, fue formarse como agricultor: “me pasé cinco años haciendo cursos de formación de todo tipo, principalmente agrícola y técnica; desde cursos necesarios para incorporarme como joven agricultor (de agricultura ecológica, de manzana y pera de montaña, riego, prevención de riesgos, manejo del tractor, contabilidad, comercialización, botánica, fitosanitarios, manipulador de alimentos…) hasta otros muchos que me parecieron interesantes para adquirir conocimientos (apicultura, catador de mieles, agricultura biodinámica, agricultura regenerativa, clima y microclima, injertos, poda suave, topografía, fertilización, edafología, redes sociales, murciélagos, geología, diagnosis del suelo…). Ahora ya no encuentro casi nada que no haya hecho o que me interese lo suficiente. La última ha sido una formación en silvicultura”.
Cuando nos interesamos por los obstáculos que ha tenido que superar para salir adelante con su nuevo estilo de vida, habla de cosas prácticas. “Ha de gustarte conducir, y has de aprender a hacerlo con hielo y nieve. Pasas muchas horas en el coche arriba y abajo, por carreteras que son de montaña, es decir, con curvas, baches… y turistas incívicos de fin de semana, dificultades que a la Adminitración le importan bien poco, ya que solo se trasladan y se preocupan por la Cerdanya, donde tienen segundas residencias”.
En cuanto a los vínculos con personas más cercanas (la familia, las amistades…) comenta que el hecho de vivir en Guixers ha hecho que las relaciones incluso hayan ido a mejor: “cuando estás lejos de ellos aprendes a valorarlos más, y entonces les dedicas más tiempo del que les dedicarías si les tuvieras cerca”. Eso sí, afirma que este cambio de costumbres y el hecho de tener que desplazarse para ver a esas personas sí que se nota “en la factura de la gasolina, ¡por todos los kilómetros que he de recorrer cada semana!”.
“Me pasé cinco años haciendo cursos de formación de todo tipo, principalmente agrícola y técnica, pero también muchos otros que me parecieron interesantes para adquirir conocimientos. ¡Ahora ya no encuentro casi nada que no haya hecho!”
Productos extraordinarios
Oriol reconoce que se siente afortunado por vivir en Guixers, aunque también explica que no todo son rosas. Habla de la dificultad propia de trabajar allí, de la distancia hasta los consumidores finales que implica encontrarse a 1.130 metros de altitud, y del clima, muy frío, un hecho que reduce mucho el periodo de producción. Esto, sin embargo, es a la vez una ventaja: conlleva un gran beneficio ya que los productos resultantes de cultivar la tierra tienen mucha más calidad, son mucho mejores y más gustosos por la diferencia térmica entre el día y la noche, tienen texturas más crujientes y colores más vivos. Oriol comenta que, en Guixers, la temporada empieza algo más tarde que en Solsona y que además se da el fenómeno de la inversión térmica en invierno, de manera que hay entre 5 y 10 grados más de temperatura: durante el día se puede llegar a pasar de los 12 °C, temperatura que por la noche “baja habitualmente hasta los −4 °C. Excepcionalmente podemos llegar a los -10 °C y entonces nos tenemos que marchar porque se nos hiela el agua”.
Insiste en que le gusta lo que hace, en un entorno de una gran belleza paisajística y con un trabajo que le da la posibilidad de trabajar la tierra con sus manos, una tierra que le transmite energía positiva: “trabajar la tierra recarga naturalmente las propias pilas y además te conecta contigo mismo. Ahora entiendo porqué muchas empresas de reinserción social realizan esa labor a través de la agricultura”. En la agricultura de montaña, Oriol ha recobrado la tranquilidad y la calidad de vida. Comenta que lo más complicado para desarrollar un proyecto como Horta d’Alçada es encontrar un propietario de la tierra que esté dispuesto a creer en el proyecto. Y si este prospera, es muy gratificante. Él ha descubierto que todo esto le llena de satisfacción. “Me llega mucha energía de la tierra cuando la trabajo y la cuido. Creo que es sanadora, una buena manera de superar situaciones complicadas.”
Dice que sigue aprendiendo cada día y que su objetivo es seguir trabajando únicamente para el mercado de proximidad. Horta d’Alçada está presente semanalmente y durante la temporada en el mercado de Sant Llorenç de Morunys y de Solsona, y lleva sus productos a establecimientos de los alrededores, del Solsonès y del Berguedà, además de algunas ferias del territorio.
“El clima, muy frío, reduce mucho el periodo de producción, pero a la vez conlleva un gran beneficio: nuestros productos tienen mayor calidad, son más buenos y gustosos a causa de la diferencia térmica entre el día y la noche, tienen texturas más crujientes y colores más vivos.”
Un proyecto arraigado al territorio
Oriol resume la esencia de Horta d’Alçada en la idea de “productos de calidad al precio correcto para los productores”. Dice de sí mismo que, como emprendedor, se considera una persona dinámica, con una gran capacidad para desarrollar tareas diferentes: “mi don o excelencia es ser multi-tarea”, reconoce.
Hasta hace muy poco, él era la única persona encargada de gestionar y trabajar en Horta d’Alçada, “con ayuda puntual de la familia, sobre todo en momentos de baja por enfermedad, pero ahora el equipo se ha ampliado: “mi mujer se incorpora a la empresa y tenemos previsto abrir nuevas líneas de productos, principalmente envasados, deshidratados, hierbas aromáticas y cosméticos, manteniendo lo que ya tenemos”.
Los ejes de la producción de Horta d’Alçada son las cebollas, diversas variedades de judías, las patatas de montaña, las zanahorias y el puerro, si bien también ofrecen variedades no tan comunes como el ajo blanco; maíz escuadrado; calabacín blanco y calabacín amarillo; calabaza blanca; cebolleta del Berguedà; judía amarilla; judía roja; judía blanca bomba (la de la fabada); trumfo violeta y trumfo Ratte; trumfo Bufet blanco y negro; zanahoria blanca, amarilla y morada; guisante negro… Todo este abanico de verduras, frutas y legumbres pueden encontrarse en el mercado de Solsona, los viernes y en el de Sant Llorenç de Morunys, los domingos.
Precisamente de los consumidores reciben todo tipo de elogios: “nos transmiten, principalmente, que tenemos un buen producto de calidad y que hacemos bien las cosas, y el feedback es siempre el mejor instrumento para mejorar”.
En la agricultura de montaña Oriol Blanco ha recobrado la tranquilidad y la calidad de vida. “Me llega mucha energía de la tierra cuando la trabajo y la cuido. Creo que es sanadora, una buena manera de superar situaciones complicadas.”
Producción ecológica certificada
Los productos de Horta d’Alçada disponen del sello del CCPAE (Consejo Catalán de la Producción Agraria Ecológica) desde que Oriol empezó su actividad: “tengo el sello desde que inicié el proyecto. Fue lo primero que hice, antes de nada. Comprendí que, sin el sello, en un entorno como el mío donde no puedo ofrecer cantidad a causa de la orografía y el clima, no hacía falta que me embarcara. Aquí solamente podía competir con calidad”.
Explica que el coste de la certificación es muy alto, y se muestra muy crítico en ese sentido: “monetariamente, hoy día cuesta casi 600 euros anuales solo tener el sello. Teniendo en cuenta que ahora el mundo se ha sacado de la manga que si tienes coche has de pagar por contaminar y no sé cuantas cosas más, los ecológicos pagamos por no hacerlo. ¡Si produjésemos convencionalmente, podríamos contaminar lo que quisiéramos sin pagar nada!¡Parece el mundo al revés! Burocráticamente, el coste es enorme. Hemos de llevar unos cuadernos de campo que nos ocupan muchísimo tiempo y en los que hemos de anotar todo lo que hacemos en el campo, los trabajos, las siembras, los tratamientos, la trazabilidad de aquello que plantamos, las facturas, la contabilidad… Son cuadernos que dependen de la buena voluntad de los agricultores, ya que por sistema no se llevan nunca a cabo análisis de tu suelo ni de los productos producidos si no ‘eres de riesgo’, como es mi caso. Por lo tanto, que el producto realmente cumpla con la normativa depende única y exclusivamente de si se apunta o no lo que se hace en el cuaderno de campo. Moralmente es indignante. Todos los productores deberíamos pasar por análisis anualmente o como máximo cada dos años, algo que no se hace. Si así fuera, caerían muchos productores”.
Oriol alerta a los consumidores: “¿realmente es creíble que las grandes distribuidoras puedan adquirir producto fresco ecológico vendiéndolo casi al mismo precio que el producto convencional? Si los consumidores creen que sí, quiero solo explicar que, productores de huerta ecológica hay muy pocos todavía, con unos costes mucho más elevados que los convencionales. Por lo tanto, aplicando la simple ley de la oferta y la demanda, si hay poca oferta, ¿de dónde sacan las grandes distribuidoras todo el producto que venden a bajo precio?”.
Oriol resume la esencia de Horta d’Alçada en la idea de “productos de calidad al precio correcto para los productores”, afirma que sigue aprendiendo cada día con su labor y que el objetivo es seguir trabajando solamente para el mercado de proximidad.
La indignación de Oriol se traslada a los criterios de evaluación de estos productos: “es muy indignante ver que los criterios de evaluación son simplemente la prohibición de algunos productos agrícolas y el control del plantel y de las semillas que usas. No se tienen en cuenta la calidad del aire, del suelo o del agua. Por ejemplo, un productor del Baix Llobregat, en el parque agrario, al lado del Aeropuerto del Prat, entre las autopistas C-32 y C-33, que usa el agua del Llobregat para regar, su certificado tiene la misma calificación y valor que el de alguien que está en el Pirineo, lejos de toda fuente de contaminación. No digo que el del delta del Llobregat no pueda tener el sello, sino que debería haber una graduación de calidad dentro del propio sello, pues no es lo mismo producir al lado del aeropuerto que hacerlo en el Pallars”.
Territorio y vínculo
Conducimos la entrevista hacia el entorno para saber qué vínculo ha establecido Oriol y su proyecto con el territorio. “No sabría decirte cómo es, ese vínculo. Por el hecho de vivir y trabajar en Guixers conoces gente, haces amistades y enemistades, pero eso no deja de ser una cosa normal en cualquier proceso de asimilación y sociabilización en un territorio nuevo. ¡Quizás debería ser el territorio quien explicara qué le aporto yo!”, sonríe. Hablamos también del papel de Horta d’Alçada en la promoción local: “no creo que esté contribuyendo mucho. Nunca he hecho promoción desde el apelativo local, sino desde la singularidad de la altura de la montaña. Por lo tanto, si contribuyo es de una manera indirecta. A lo que sí creo que contribuyo activamente es en revertir la despoblación, que es el principal problema que tenemos en las zonas de montaña y a la vertebración territorial. Si tenemos gente joven trabajando y viviendo en el territorio, este no morirá”.
Precisamente el valor que aporta el hecho de desarrollar un proyecto en esta zona de altura hace especiales a sus productos que gozan de unas características únicas. “Sin embargo, en general, la gente no acaba de apreciar todo lo que está vinculado a un producto como el nuestro. Hasta que no llegó el cierre provocado por la pandemia del COVID-19, por el hecho de ser ecológico, de proximidad o de montaña, no notabas una mejora de las ventas. El precio era el determinante. La mayoría de los clientes, al ver que como productor ecológico eras más caro, automáticamente me decían ‘¡chico qué caro eres! ¿Riegas con oro, o qué?’. Con la apertura post-pandemia esto ha ido cambiando y ahora hay mucha más conciencia de proximidad. Ahora cuando comentas que eres de la zona y que cultivas allí, te compran más. También creo que puede influir el hecho de que los precios de los productos convencionales fluctúan muchísimo, a diferencia de los míos, y en muchas ocasiones hasta son más elevados. Estos últimos años, por ejemplo, en verano y a causa del calor, la judía convencional se ha vendido a 10-12 euros el kilo, cuando la mía se vende a 6,5 euros el kilo. Yo no especulo con el precio de la comida, y mantengo los mismos precios todo el año. Por otro lado es cierto que tengo un pequeño grupo de consumidores superconvencidos con mi producto y con todo lo que hay detrás, que hacen lo imposible por venir a comprarme.”
“Contribuyo activamente a revertir la despoblación, que es el principal problema que tenemos en las zonas de montaña, y a la vertebración territorial. Si tenemos gente joven trabajando y viviendo en el territorio, este no morirá.”
Modelos, apuestas y propuestas de futuro
Derivamos la conversación hacia los modelos de economía social, solidaria y cooperativa porque hace un tiempo, Oriol fue miembro de la cooperativa rural Biolord (www.biolord.cat, ver en Taste the Altitude la entrevista que hicimos a unos de sus principales impulsores https://tastethealtitude.com/can-felipo/), vinculada a la producción de manzana de montaña que lleva su nombre. “El de Biolord es un modelo muy interesante para poder colocar tu producto puesto que la parte más difícil de una empresa es la venta. Pero en mi caso, soy demasiado pequeño para poder beneficiarme de ello y no me salía a cuenta estar allí.” Así pues, desde Horta d’Alçada se proponen ir manteniendo su esencia y ampliando su gama de productos.
Preguntamos a su emprendedor cómo valora la situación actual y el futuro del sector primario, en general y en nuestro país, y su respuesta no es demasiado optimista: “el sector primario tal y como lo conocemos, está herido de muerte. El sector va dirigido cada vez más hacia productores más grandes e intensivos. Por ejemplo, uno de los mayores propietarios de tierras agrícolas del mundo es el señor Bill Gates quien, como todo el mundo sabe, hizo su fortuna plantando patatas y tiene fama de ser muy buen agricultor”, ironiza.
“Hay un proceso de destrucción de los pequeños productores, los que abastecemos localmente, por infinidad de causas que parecen irreversibles, como por ejemplo, los bajos precios, mercados rígidos, normativas cada vez más complicadas para producir aquí…, pero a los de fuera les es cada vez más fácil importar sin ninguna normativa. Está la contaminación, la desertización, el envejecimiento de la población agraria, una remuneración económica deficiente, políticas activas insuficientes o contraproducentes… Con la pandemia vimos cómo, al cerrarse las fronteras, quedaban desabastecidos en los supermercados multitud de productos. Quedó entonces muy claro que si no produces localmente tienes problemas. Por desgracia, parece que nadie ha tomado nota y todo sigue con la misma dinámica. Lógicamente, un economista moderno te dirá que este planteamiento es erróneo, porque solo lo enfoca desde una óptica económica y de eficiencia, olvidando que cuando sale del área metropolitana el fin de semana, le gusta encontrarse el territorio ordenado y pulido, algo que solo es posible si allí hay gente viviendo y trabajando todo el año. En los territorios en los que no hay personas viviendo todo el año, no puede irse de fin de semana. Esto tiene un valor, pero aquellos a quienes tanto les gusta cuantificarlo todo, ¡esto todavía no lo han cuantificado!”
“Hay un proceso de destrucción de los pequeños productores, los que abastecemos localmente, por infinidad de causas que parecen irreversibles, como por ejemplo, los bajos precios, mercados rígidos, normativas cada vez más complicadas para producir aquí…”
Ante esta incertidumbre, el futuro se imagina con cierto escepticismo: “sinceramente, no sé cómo irán las cosas. No me planteo nada muy allá. La vida da muchas vueltas y lo que hoy es una virtud mañana puede ser un grave problema, y viceversa. Cuando tenía 15 años, intentaba imaginarme cómo sería mi vida con 25 años. ¡No acerté ningún pronóstico! Cuando tenía 25 lo hice con los 35. ¡Tampoco se cumplió ninguno! A los 35 ya no pronostiqué nada… ¡y continúo igual!”.
Horta d’Alçada
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