Viviendo la pasión por la palabra y la fotografía en la alta montaña
Chabier Lozano Sierra captura la esencia del territorio a través de la recuperación y la puesta en valor de su rico vocabulario, su lengua propia, pero también mediante las imágenes que le regala la naturaleza. Este aragonés afincado en Aínsa, uno de los pueblos más históricos de la comarca de Sobrarbe, recorre a menudo las montañas, a pie y cargado con su equipo fotográfico, para enmarcar instantes que a su vez son reflejos de experiencias.

Iniciado en la fotografía digital en el año 2009, cuando le regalaron su primera réflex digital, los años de aprendizaje le han llevado a preparar cada salida para captar momentos. Sabe que caminar durante horas con el equipo a cuestas, madrugar para citarse con la mejor luz… le llevarán a su objetivo: lograr que cada píxel de sus imágenes esté impregnado de naturaleza. Para conseguirlo dice “haber hecho burradas”, pero que valen la pena, pues los resultados cuentan con el valor añadido del esfuerzo. Fotógrafo aficionado especializado en fotografía de montaña, publica sus instantáneas en las redes sociales. Son creaciones delicadas y elegantes, elaboradas con una técnica impecable, que transmiten sensibilidad.
Hombre sin filtros, dice que le fascina captar y obtener en forma de píxel la magia de Huesca, que le vuelven loco sus cimas, valles, ríos, ibones…, así como las luces especiales del amanecer y del atardecer. Esta atracción por el territorio le ha llevado a ser premiado en concursos de fotografía: así, ha recibido un accésit en el Félix de Azara 2015 y en 2019, distintos premios del Geoparque de Sobrarbe, de la Federación Aragonesa de Montañismo, del Lucien Briet de la Comarca de Sobrarbe o del Centro Excursionista de Ribagorza, entre otros.
Pero, además, su formación como filólogo también le ha comportado otros reconocimientos. Y es que Chabier Lozano Sierra ha impulsado numerosas investigaciones sobre variedades del aragonés, cuyos resultados han sido publicados, en algunos casos, en forma de libro. Es coautor, junto con Fernando Sánchez Pitarch, de la “Aproximación al aragonés de la Fueva (A Fueva) basada en un texto oral”, en las Actas del II Encuentro “Villa de Benasque” sobre Lenguas y Culturas Pirenaicas (2003), y, con Ángel Luis Saludas Bernad, de Aspectos morfosintácticos del belsetán (aragonés del valle de Bielsa) (2005), una aportación al conocimiento de este dialecto del aragonés conservado en el valle de Bielsa, en pleno Pirineo aragonés, a través de la recopilación de datos de carácter oral.
También es autor de Caracterización lingüística de la Comarca Alto Gállego (2006) y de Aspectos lingüísticos de Tella. Aragonés de Sobrarbe (Huesca) (2010). Así, ha dedicado años al análisis de las lenguas pirenaicas en Aragón, con el propósito de ofrecer herramientas para su recuperación. Ha sido miembro fundador del Estudio de Filología Aragonesa y es su presidente desde junio de 2021.
Asimismo, de su pasión por la montaña ha nacido Paseos y excursiones por el Pirineo aragonés. La Fueva y Peña Montañesa (2007), una guía para descubrir y disfrutar a pie de las tierras ubicadas alrededor de Sierra Ferrera, cuyo punto culminante es la Peña Montañesa.
Pero, ¿qué llevó a Chabier de Zaragoza hasta Sobrarbe? ¿Cómo es su día a día?
Le entrevistamos para conocerle un poco mejor.

¿Cómo te definirías como persona?
Definirse a uno mismo es difícil porque poca objetividad puede haber. Y eso que me conozco bien, porque tantas horas conmigo mismo en la montaña dan para ser introspectivo y saber mucho de uno mismo. Soy una persona fundamentalmente tímida, que me escondo bajo un caparazón de cierta frialdad. También me considero una persona apasionada, sin estridencias, pero cuando me da por algo le dedico mucho tiempo y entusiasmo. También soy un poco asocial: no me gustan las aglomeraciones y cuando de verdad estoy a gusto y me siento realmente yo es en soledad, en la naturaleza o con poca gente. Y esa gente tiene que ser importante para mí (mis hijos, mi pareja, mis amigos…), porque si no, prefiero estar solo; me encuentro incómodo cuando estoy con gente con quien no tengo confianza. Y me dicen que parezco serio, pero en realidad me encanta el buen humor y las risas, soy muy irónico y me río hasta de mi sombra.
Prepara minuciosamente cada salida para captar momentos. Camina durante horas con el equipo a cuestas para impregnar cada píxel de naturaleza. Sus instantáneas, publicadas en las redes sociales, son creaciones delicadas y elegantes, elaboradas con una técnica impecable, que transmiten sensibilidad.
¿Cómo empezó tu pasión por la montaña? ¿Quiénes te acercaron a ella y cómo te transmitieron ese vínculo con el territorio?
Lo cierto es que yo creo que todo viene de una especie de trauma infantil: nací en Zaragoza y, a diferencia de todos los amigos de mi edad, yo no tenía pueblo, porque aunque mis abuelos eran cada uno de distintos pueblos, no conservaban ninguna casa y mis padres habían nacido en Zaragoza. Los veranos me aburría como una ostra en la ciudad, y eso que me crie en la calle porque vivía en las afueras (detrás de mi casa había campos y nuestra calle era como un pequeño pueblo porque estábamos todo el día jugando allí, por los campos, por las acequias…). Así que, en cuanto tuve oportunidad, con ocho años, me apunté a los scouts de mi colegio para salir de la ciudad e ir a la montaña, a la que tenía mitificada, como una Arcadia indómita. ¡Y no me equivoqué! Me fascinaba pasar tiempo en la montaña, aunque algunas de las actividades de los scouts me aburrían soberanamente. Pero los campamentos, las excursiones, las ascensiones… me encantaban. Posteriormente, con la adolescencia, los cantos de sirena nocturnos y los amigos hicieron que me apartase un poco de ese entorno y llevase una vida más urbanita, pero en cuanto me saqué el carnet de conducir volví a ellas, ya a mi aire.
¿Cuándo pasaste de vivir en Zaragoza a hacerlo en Sobrarbe? ¿Qué te impulsó a trasladarte a un territorio de montaña?
Mientras estaba en la universidad subía a la montaña todo lo que me permitía mi exiguo presupuesto. Una vez, una casualidad hizo que mi pareja de entonces y yo hiciésemos amistad con una familia de Sobrarbe y empezásemos a ir allí a menudo. Cuando acabé la carrera, subí a trabajar un verano hasta que, en noviembre, tuve que regresar a Zaragoza al quedarme sin trabajo; pero al verano siguiente, el de 2001, ya fue el definitivo y me pude quedar de forma permanente, aunque he ido cambiando de localidad de residencia por circunstancias y avatares de la vida (Lafortunada, Bielsa y, ahora, Aínsa).


¿Cómo ha cambiado tu vida desde entonces?
Siempre digo que no ha habido ni un solo segundo en el que haya pensado que me equivoqué o me haya arrepentido. Creo que ha sido una de las mejores decisiones de mi vida y no volvería a vivir en la ciudad ni atado. Viviendo aquí he pasado por varios trabajos hasta conseguir mi puesto actual (he trabajado de muchas cosas, y algunas duras y mal pagadas, lo que hace que valore lo que he conseguido), y siempre recuerdo con nostalgia mis temporadas estivales trabajando como celador en el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, en el sector de Pineta. ¡Me pagaban por estar en el monte y me parecía increíble! Desde el año 2009 estoy trabajando de profesor, para lo que me formé académicamente, y ahora tengo mi plaza definitiva en el instituto de Aínsa.
¿Qué significan y qué valor tienen para ti el entorno natural y el patrimonio cultural?
El medio natural es mi vía de escape, mi terapia, donde sale el Chabi más auténtico. Ahora que llevo ya varios años trabajando entre cuatro paredes, necesito escaparme, bien sea para hacer deporte (alpinismo, senderismo, esquí de travesía o BTT) o bien para desconectar del mundo más antrópico y conectarme con la naturaleza. Me encanta seguir los ciclos de la naturaleza, ver cómo van floreciendo las distintas flores, el avance del color en los hayedos y robledales, las primeras nieves… Y todo eso me gusta llevármelo en forma de píxel a casa. Así que su valor, para mí, es incalculable.
También por ello no me gusta que se hagan determinadas acciones que atentan contra la naturaleza. El Pirineo está ya muy humanizado y hay actuaciones que veo innecesarias (¡no todas, no abogo por vivir como hace 100 años!) e irreversibles, como por ejemplo el proyecto de unión de estaciones por la Canal Roya, un sinsentido absoluto despilfarrando unos fondos que podrían ir destinados a modernizar las pistas de esquí existentes y a dinamizar otras zonas rurales.
El patrimonio cultural, como mucho del natural, es algo que también estamos perdiendo. Esta tendencia uniformizadora que ha traído la globalización tiene aspectos muy negativos. Hoy en día, cualquier adolescente de Sobrarbe difiere en poco de uno de una gran ciudad: han perdido el contacto con el medio natural y con su entorno cultural más cercano. Casi todos ven los mismos vídeos, escuchan a los mismos grupos musicales… Y no saben distinguir un haya de un roble salvo contadas excepciones. Y a mí lo que me gusta es la biodiversidad, tanto la natural como la humana (en lenguas, gustos musicales, formas de pensar, ideologías…) y creo que se está perdiendo. Pero no me importa meterme en guerras perdidas de antemano, porque me gusta dedicar tiempo a lo que me gusta (lenguas minoritarias, cultura tradicional, defensa del medio natural…), aunque las corrientes modernizadoras en el primer caso y los poderes fácticos en el segundo vayan en sentido contrario. Me considero bastante salmón en ese aspecto, aunque por supuesto tengo mis contradicciones.
“El medio natural es mi vía de escape, mi terapia, donde sale el Chabi más auténtico. Su valor, para mí, es incalculable, así que no me gusta que se hagan determinadas acciones que atentan contra la naturaleza. El patrimonio cultural, como mucho del natural, es algo que también estamos perdiendo.”

Eres filólogo de profesión y un estudioso de las lenguas pirenaicas en Aragón. ¿Qué te atrae más, de este rico patrimonio lingüístico y de las variantes del aragonés? ¿Qué crees que aporta tu legado en forma de investigación?
Mi formación como filólogo viene porque cuando era adolescente leí un libro, El aragonés. Identidad y problemática de una lengua, que me marcó y empecé a descubrir más cosas sobre el aragonés, la lingüística y la sociolingüística. Así que cuando acabé el COU decidí cursar Filología para saber más de esta cuestión. Por desgracia, salvo un cambio radical que no creo que se produzca, el aragonés desaparecerá paulatinamente. Quedarán unos reductos en algunos valles o pueblos y unas pocas personas que hablen las variedades vivas, cada vez más castellanizadas, y habrá un movimiento urbano de recuperación, pero que tendrá poco margen de maniobra. Hace falta una decidida política lingüística que ninguno de los futuros gobiernos hará porque no da votos, una estandarización, una campaña de implantación en la escuela y en medios de comunicación, y medios materiales y humanos para que se desarrolle el aragonés como necesita. Y eso, por desgracia, dudo que llegue.
Mi legado, si se puede denominar así, está encaminado a aportar unos materiales que sirvan para mantener y conocer esas variedades locales y contribuir al desarrollo de un aragonés estándar basado en esas modalidades, y no en inventos o en “rarismos”, como se ha hecho por parte de algún sector de defensa de la lengua. Me gustaría que ese estándar lo viesen los hablantes maternos del aragonés como algo próximo a ellos y natural, y que aunque no puedan identificar ese estándar con su variedad al 100%, que no lo noten como algo completamente ajeno, que por desgracia es algo que ocurre en la actualidad con determinadas propuestas.
¿Cuándo y cómo has desarrollado esa recuperación de la lengua?
Yo no había escuchado nunca hablar en aragonés o del aragonés hasta que tuve 10 años, porque mi familia es monolingüe castellana y, obviamente, mi lengua materna es el castellano. En un campamento en el valle de Echo nos mandaron a hacer unas encuestas y yo fui a preguntarle a un señor mayor. Esta persona empezó a hablarme en cheso, la variedad del valle de Echo, y yo solo entendía algunas cosas. Tengo familia en Francia y sabía que eso no era francés, porque su acento era como el mío y del francés de mis tíos no entendía ni una palabra. Esa conversación se me quedó grabada en la memoria y, años más tarde, empecé a ver algunos carteles que hablaban del aragonés y lo relacioné con esa experiencia. Empecé a interesarme por el tema, a conseguir materiales y a aprenderlo por mi cuenta. Posteriormente, cuando empecé a ir a Sobrarbe siendo estudiante universitario, empecé a tomar datos, a hacer encuestas y a aprender de gente que lo tenía como lengua materna. Más tarde fui a vivir a Bielsa y de su variedad, el belsetán, hice mi lengua doméstica y es en la variedad en la que hablo con mis hijos y en la que me expreso en mis redes sociales.
“Creo que, por desgracia y salvo un cambio radical que no creo que se produzca, el aragonés desaparecerá paulatinamente. Quedarán unos reductos en algunos valles o pueblos y unas pocas personas que hablen las variedades vivas, cada vez más castellanizadas.”

Pasemos a tu trayectoria como fotógrafo. Hablas del año 2009 y de tu primera réflex. ¿Qué te llevó a adentrarte en este apasionante mundo?
La fotografía siempre me había llamado la atención. En 1997 o 1998, con el dinero que gané dando un curso de aragonés en un pueblo de Zaragoza me compré mi primera cámara réflex analógica (bastante básica). Siendo estudiante, no tenía mucho dinero para revelados, así que hacía los experimentos justos y disparaba en automático. Creía que sería la cámara la que haría buenas fotos, que solo me necesitaba a mí para encuadrar y apretar el botón, y que lo demás lo hacía ella. Obviamente, no funcionaba así.
Más tarde me regalaron una compacta digital y abandoné la réflex analógica (que regalé a un estudiante de fotografía) y unos pocos años después me regalaron mi primera réflex digital. Ahí ya empecé a meterme de lleno. Un amigo me dio las primeras nociones sobre disparar en manual, y por medio de la lectura de libros, de hacer muchísimas fotos pésimas, de conocer a otros fotógrafos y aprender de ellos y a base de ver muchas instantáneas, empecé a conseguir resultados que me gustaban. Y ahí sigo, intentando mejorar día a día y con un archivo amplísimo, puesto que nunca me pongo a seleccionar y a borrar fotos trepidadas, sobreexpuestas, subexpuestas, que no me gustan…
Desde esa primera réflex digital he tenido tres cámaras más. Las exprimo todo lo que puedo, pero llega un momento en el que hay que hacer un esfuerzo para actualizarse. Por no hablar de los objetivos, trípodes, mochilas, filtros polarizadores o degradados en los que hay que invertir. Desde luego, como afición sale muy cara, pero compensa por las fotos sacadas y, sobre todo, por los momentos vividos en la montaña esperando esas luces especiales, que es lo que más valoro.
¿Cómo describirías la esencia de tus fotografías? ¿Qué deseas transmitir y plasmar o cómo se transmite, en ellas, tu experiencia del momento?
Como fotógrafo aficionado, el tipo de fotografía que más me gusta es la de naturaleza, especialmente la de paisaje y, sobre todo, el paisaje de montaña. También me gusta el macro y me gustaría fotografiar fauna, pero me falta material y, básicamente, tiempo y paciencia. Con mis fotografías intento transmitir lo que más me gusta, que son las montañas, sus luces, sus ríos, sus bosques… Partiendo de la base de que en la fotografía se puede modificar mucho la realidad, intento ser lo más fiel posible a las luces del momento. Si no hay luces bonitas y vuelvo a casa sin fotos, no pasa nada; ya las conseguiré otro día.
Por fortuna no tengo que recorrer muchos kilómetros para llegar a sitios bonitos, aunque es verdad que después de una buena pateada fastidia un poco no haber conseguido resultados. Ahora, con el paso del tiempo, valoro mucho más vivir ese momento especial y no siento angustia por llegar o por hacer 100 fotos seguidas. Hago unas pocas, cuatro o cinco, y después me dedico a observar el paisaje y el momento. En ese sentido me he vuelto mucho más selectivo a la hora de hacer fotos.
“Con mis fotografías intento transmitir lo que más me gusta, que son las montañas, sus luces, sus ríos, sus bosques… Con el paso del tiempo, me he vuelto mucho más selectivo a la hora de hacer fotos y valoro mucho más vivir esos momentos especiales en los que me dedico a observar el paisaje.”
Captar las imágenes de la naturaleza que tú inmortalizas requiere un esfuerzo. Háblanos de ese valor añadido.
Bueno, el esfuerzo es importante, pero la recompensa es mayor. Me encanta vivaquear en las cimas, a pesar de que sé que no voy a dormir apenas y que hay que ir muy cargado con el material necesario: ropa de abrigo, saco, aislante, comida, funda de vivac…, y si es invierno o primavera, el equipo de esquí de travesía, crampones, piolet, tienda de campaña… A todo eso hay que sumarle el equipo de fotografía: cámara, trípode, un par de objetivos, baterías, filtros… ¡A veces la mochila pesa 20 kg! En verano, por suerte, el peso es menor, pero no dejo de envidiar a los que no llevan tanto peso. Pero como digo, la recompensa merece la pena: ver los atardeceres, los amaneceres, los cielos nocturnos; en definitiva, vivir esa experiencia de dormir en un pico de 3.000 metros (he dormido dos veces en la cima del Aneto, tres en el Monte Perdido, en el Casco, Balaitús, Cilindro, Soum de Ramond…), lugares especiales como la Brecha de Rolando o picos más bajos pero con unas vistas fantásticas. La gente que ve mis fotos no tiene por qué valorar ese esfuerzo que hay detrás y solo tiene que juzgar si le gusta o no el resultado. Pero, para mí, ese esfuerzo les da valor. Fotógrafos de paisaje hay muchos, pero que hagan ese esfuerzo extra no hay tantos, y yo lo valoro cuando veo las imágenes de otros fotógrafos.


¿Qué sientes, caminando hacia esos objetivos? ¿Y cuándo sientes que has captado la imagen que deseabas?
Caminando hacia el objetivo suelo sentir, sobre todo, cansancio, je, je. Pero bueno, estoy haciendo montaña, que me ha gustado siempre, y siempre tengo la esperanza de que haya luces y conseguir imágenes no ya espectaculares, pero que al menos sean bonitas. Más que la foto —que la valoro y mucho—, lo que me gusta es la experiencia, sobre todo si incluye un vivac en alguna cima.
También es verdad que, si se dan las condiciones y regreso con fotos buenas, el placer es inmenso, porque veo que el esfuerzo que ha supuesto llevar el material hasta allí ha merecido la pena, que no ha sido en vano. Por desgracia, eso no se da en todas las ocasiones, pero siempre queda alguna foto interesante y, sobre todo, el recuerdo y la experiencia vivida. Eso sí, cuando se dan todas las condiciones (luces, nubes, colores…) la emoción es intensa. Siento una alegría difícil de definir, ya tengo ganas de volver a casa a editar las fotos que he conseguido. Siento esa impaciencia.
Conozco fotógrafos que dejan “macerar” las fotos durante mucho tiempo; a mí me queman en la tarjeta, necesito darles salida enseguida y ver el resultado. Creo que la emoción que acompaña al momento de hacer la foto tiene que seguir viva al editarla. Si la dejo reposar mucho tiempo puede que pierda esa sensación y el revelado no transmita lo que sentí en el momento.
¿Cuáles han sido “las fotografías” que más recuerdas con cariño? ¿Y por el esfuerzo realizado?
Tengo varias fotos (algunas acompañan este texto) a las que tengo mucho cariño. Este cariño está motivado por diversas causas: por el esfuerzo que me supusieron, por la compañía, porque ya no esperaba nada y en ese momento, como por arte de magia, se abrieron las nubes y hubo unas luces espectaculares, por haber ganado con ellas algún premio importante, porque volvía sin nada y me encontré alguna sorpresa…
Por el esfuerzo realizado destacaría las que he tomado en la cima de algún 3.000, como en el Monte Perdido, el Aneto, Balaitús… Suponen en algunos casos más de 2.000 metros de desnivel, y aunque seguramente tenga fotos más bonitas, para mí el esfuerzo realizado suple la falta de luces espectaculares. Además, cada vez que hago vivac duermo fatal, una media de cuatro horas, así que ya no solo es el esfuerzo de subir, es la mala noche que paso y el descenso, que también supone un desgaste físico. Otras son especiales por las condiciones, como las que he hecho con mucho frío (me encanta el invierno), después de soportar alguna tormenta en la alta montaña… Cuando entro en el archivo a editar alguna foto, casi todas las carpetas me traen buenos recuerdos, pero algunas sesiones son especiales, claro. Si paso algún tiempo de sequía fotográfica sé que hay carpetas a las que puedo acudir en busca de buen material.
“La gente que ve mis fotos no tiene por qué valorar ese esfuerzo que hay detrás y solo tiene que juzgar si le gusta o no el resultado. Pero, para mí, ese esfuerzo les da valor.”

¿Y aquellas que todavía se te resisten?
Todas se me resisten. En mi imaginación, cuando voy a hacer fotos, se conjugan todos los elementos de forma perfecta, pero luego la realidad te pone en tu sitio y siempre fallan uno o más elementos o incluso todos. A la naturaleza poco le puedo reprochar; si ha habido fallos han sido míos, por falta de pericia fundamentalmente, aunque con el tiempo se van puliendo esos fallos. Otras veces ha sido por el equipo (falta de algún objetivo específico, limitaciones de la cámara, objetivos poco luminosos…) y eso es cuestión de tiempo y dinero.
Pero está genial no conseguir siempre fotos perfectas, porque te obliga a seguir buscándolas y eso implica, fundamentalmente, salir a la montaña. No me supone ninguna frustración, sino más bien un aliciente. Por eso, seguiré durmiendo en cimas, pasando frío, llevando peso en la mochila…, porque aún no tengo la foto perfecta y la quiero conseguir en algún momento.
¿Jamás te has arrepentido de haberte perdido un momento a cambio de estar observando a través de la cámara?
Bueno, si estoy haciendo fotos lo estoy disfrutando. Antes era más “ansias”: si se daba un momento bueno de luz tenía que estar continuamente haciendo fotos. Ahora, cuando creo que ya tengo dos o tres fotos buenas, soy capaz de separar el ojo del visor y disfrutar de ese momento. Aunque es verdad que habría que verme corriendo con el trípode con la cámara montada de un sitio a otro buscando diferentes encuadres: ¡debe ser un espectáculo! La satisfacción es total cuando soy testigo de ese momento increíble de luz y sé que he sido capaz de llevármelo en la tarjeta de memoria. Eso me permite rememorarlo cuando vuelvo a editar la foto, o la subo a redes, o me la piden.
“Está genial no conseguir siempre fotos perfectas, porque te obliga a seguir buscándolas y eso implica, fundamentalmente, salir a la montaña. No me supone ninguna frustración, sino más bien un aliciente.”
¿Qué cámara utilizas?
Desde hace unos meses tengo la Canon R6, digital, sin espejo, para intentar quitarme un poco de peso. Mis objetivos también son Canon: un 16-35 f2’8II, un 100 macro, el 24-70 f/4, un 50 f/1’8 que apenas uso y un tele corto 70-200 f/4. Cada uno me va bien para una cosa: el angular para sitios cerrados en el fondo de los valles, el macro para flora, y el 24-70 y el 70-200 para hacer fotos desde las cimas. La verdad es que, salvo la primera cámara que tuve, exprimo bastante el equipo. Por suerte lo amortizo entre concursos y alguna venta, pero el desembolso es importante para tratarse de una afición.
¿Qué formatos prefieres, para tus instantáneas?
Mi formato favorito es el clásico de 3:2, aunque no hago ascos a otros, como el panorámico. Me es indiferente si es horizontal o vertical. Parece una tontería, pero he conocido gente que se negaba a disparar en vertical. Y hay fotos que lo piden a gritos, o al menos así lo veo yo.
Tampoco suelo recortar las fotos salvo en algún caso excepcional. A la hora de imprimir, imprimo poco en papel. Para decorar mi casa suelo usar lienzos (120 x 80 o 90 x 60) o aluminio, ya que me encanta el acabado. El lienzo queda menos nítido, pero mucho más decorativo. Además, es lo que más me suelen pedir junto con vinilos de gran tamaño.


Te centras en el entorno natural que bien conoces. ¿Qué otros lugares te gustaría fotografiar?
Me gustaría fotografiar muchos sitios, en especial montañosos como las Rocosas, Dolomitas, Alaska, Cuernos del Paine…, fríos como Laponia, Groenlandia o Islandia, fríos y salvajes como Siberia… Pero esto me plantea alguna duda ética. Muchos fotógrafos de paisaje se declaran conservacionistas, pero hacen una ingente cantidad de kilómetros en avión para hacer fotos y la huella de carbono de esas fotos es altísima. Además, van a sitios por lo general hiperfotografiados, por lo que es difícil que consigan fotos novedosas, aunque sean muy bonitas.
Me he dicho a mí mismo que evitaré hacer esos viajes a no ser que consiga compensar de alguna forma la huella de carbono. No estamos para ir de conservacionistas y, al mismo tiempo, contribuir por capricho al calentamiento global. Una de las cosas que más me gustan de mis fotos es la poca huella de carbono que tienen, porque siempre las hago en mi entorno inmediato. Además, suelo decir que las mejores fotos se sacan en la puerta de casa: conoces los sitios, las mejores horas, las posibilidades de luces… En Sobrarbe también saco las típicas fotos que hacen todos, como por ejemplo las del otoño en el valle de Ordesa, pero suelo ir entre semana por la tarde o días de lluvia porque no me gusta nada estar haciendo cola para hacer una foto, como ocurre en determinadas cascadas islandesas, por ejemplo. No me gustan los lugares masificados, por eso prefiero perderme por rincones poco transitados.
“Una de las cosas que más me gustan de mis fotos es la poca huella de carbono que tienen, porque siempre las hago en mi entorno inmediato. Además, suelo decir que las mejores fotos se sacan en la puerta de casa.”
¿Has pensado alguna vez en fotografiar a personas, para ilustrar con rostros, por ejemplo, a aquellos que conservan tradiciones o el hablar del lugar?
Lo cierto es que la fotografía social no me va mucho, me gusta más fotografiar el paisaje que al paisanaje. No suelo hacer muchas fotos a personas salvo a mis hijos, mi pareja u otra gente que me acompañe a la montaña si quieren alguna foto o me sale hacérselas. Solo me interesa sacar a gente en el paisaje para que se puedan apreciar las dimensiones del sitio fotografiado. Pero si puedo evitar la presencia de cualquier elemento humano o humanizador (cables, carreteras, líneas de alta tensión…) lo prefiero, salvo que sean construcciones tradicionales, como bordas, u otras que me permitan contar una historia. Las personas que he retratado me dicen que no se me da mal, pero no es un tipo de fotografía que me interese especialmente. De todas formas, y como una de mis contradicciones, hace poco me compré un flash para hacerle fotos a mi hija en el carnaval de Bielsa, pues salía por primera vez de madama y quería hacerle un reportaje a la altura de la ocasión. Así que, ya que lo tengo, lo usaré para hacer retratos, si lo necesito.

Si tuvieras que definir tu vida en imágenes, ¿qué momentos reflejarías?
Momentos especiales, sobre todo los nacimientos de mis hijos y situaciones con ellos, que han sido los momentos de mayor felicidad de mi vida. Otros que fotografiaría serían los pasados en la naturaleza, en la montaña, que son los que realmente me llenan: atardeceres, amaneceres, tormentas, noches en cimas, los buenos ratos pasados con gente que quiero en la montaña… Mientras no salga yo en las fotos, cualquier momento es bueno para ser fotografiado, porque a mí la cámara me quiere detrás de ella, no delante, porque salgo fatal en las fotos: me pongo muy tenso y se me nota.
“Si puedo evitar la presencia de cualquier elemento humano o humanizador (cables, carreteras, líneas de alta tensión…) lo prefiero, salvo que sean construcciones tradicionales, como bordas, u otras que me permitan contar una historia.”
¿Y qué hay de tu proyecto de libro de fotografías sobre la comarca de Sobrarbe?
El libro está acabado. Me hizo la maquetación un amigo que es un artista, Saúl Irigaray, de Garabato Estudio, y solo falta cambiar las fotos pequeñas por las grandes a máxima definición. Pero también falta lo más importante, que es la financiación. Quiero lanzar un crowdfunding, pero es un reto que me abruma un poco, me da miedo lanzarlo y no conseguirlo. Imprimir un libro de fotos son palabras mayores si quieres que esté bien impreso y supone un desembolso económico considerable, así que voy con el freno de mano echado. Todo el mundo me dice que, con la cantidad de seguidores que tengo en redes sociales, seguro que sale, aunque yo no lo tengo tan claro. Pero bueno, si no lo intento seguro que no lo consigo. Y, si no sale, pues a otra cosa.
¿Tienes otros proyectos en mente, en este sentido (exposiciones, otros libros…)?
Primero quiero sacar el libro; prefiero ir paso a paso. Hace tiempo que no hago exposiciones, aunque tengo bastantes fotos impresas y poco costaría organizar una si alguien está interesado. De momento, lo que más voy haciendo son charlas para clubes de montaña, asociaciones de fotografía o que se dedican al aragonés… Me gusta mucho el formato charla-proyección. A la gente le gusta escuchar las historias que hay detrás de las fotos. Hace unos años di una charla en Zaragoza en unas jornadas de ASAFONA (Asociación Aragonesa de Fotografía de Naturaleza) y vinieron más de 100 personas, me quedé asombradísimo, y al mismo tiempo avergonzado, pues no me gusta ser el centro de atención. Pero la verdad es que disfruto haciéndolas y no tengo ningún problema en hablar cara al público. De hecho, las disfruto bastante.
“Doy charlas para clubes de montaña, asociaciones de fotografía o que se dedican al aragonés… Me gusta mucho el formato charla-proyección y a la gente le gusta escuchar las historias que hay detrás de las fotos.”

¿Vendes tus instantáneas? Si es así, quien desee contactar contigo, ¿puede hacerlo mediante las redes sociales?
Me dedico a esto como afición, pero la verdad es que me gusta saber que hay varias casas y comercios decorados con mis fotos. Es una satisfacción saber que una imagen mía ha gustado tanto que alguien quiere tenerla en un lugar importante de una casa, o de un bar, o de un hotel. Desde luego, yo creo que una fotografía puede ser un gran regalo a alguien a quien le guste la montaña o tenga querencia por algún sitio especial. Las fotografías que he regalado han gustado mucho.
Como digo, me dedico a esto como afición, pero si alguien ve una foto mía que le guste mucho, puede contactar conmigo por medio de mis redes sociales.
Chabier Lozano Sierra
Aínsa
Huesca, Aragón
http://felqueral.blogspot.com/
felquera@gmail.com